lunes, 23 de agosto de 2010

A(n)gosto

El calor es asfixiante. El sonido del ventilador en aquella pequeña habitación, no hace sino acentuar su molestia. Hace horas que sonó el despertador, o minutos, ni siquiera lo sabes, pero no importa. Lo pusiste por pura costumbre, y por el placer que te da apagarlo y seguir retozando sobre las sábanas. Te giras y no hay nadie. Palpas ese hueco y recuerdas aquellos años...

Huele a agosto. Huele a calor. Huele a heridas y pipas. A bocadillos para cenar y cubatas sin motivo. Huele a callejones, despreocupación y girasoles. Campo y más calor. Secretos, y rumores secretos. Huele a primeros todos. Incluso a algún castigo. Huele a la salida de la misa del domingo en la plaza del pueblo. Y a las 100 pesetas que tu padre te daba para que te compraras un helado, por ser domingo, claro.

Carretera, y viajes interminables hacia el sol en un aterdecer. Kilómetros que veías acercar reencuentros y despedidas. Estrofas metidas en un sobre, que enviabas a lugares que no sabías ni que existían. Recuerdas, porque no quieres olvidar, que una vez tuviste dónde ir, y dónde te esperaran. Las sillas taponaban los callejones estrechos, y los abánicos se movían al ritmo de sus latidos. Era agosto, eran angostos. Paseos nocturnos por la carretera, bajo las estrellas y entre los arbustos. Y tardaba más en acabar el día, porque ellos creían que en los pueblos nunca pasaba nada, pero no sabían que en los pueblos pasaba todo. Baraja de cartas, y pipas. Siempre. Cafés después de comer, tardes eternas y noches fugaces. No había vida más perfecta ni otra posible. Era agosto.
Planes, bicicleta y canciones. Películas de amigos para siempre y amores para nunca.
Saltabas cementerios y todo lo prohibido... Jugabas de noche, y vivías de día. Recorrías escondites, los por todos conocidos, y el resto los inventabas. Y las lágrimas de San Lorenzo que siempre estaban, y esas estrellas que formaban una flecha también, verano tras verano. La gente era la de siempre, pero cambiaba a la velocidad de un verano, durante el invierno. Rellenabais el tiempo con lo sucedido durante los 11 meses restantes, y en ese mes, vivías lo suficiente para alimentarte el resto del año.
Promesas, y calimocho. Y calor, siempre calor.
Libros y revistas, había tiempo para todo. Incluso para intentar que la única cabina que había no se tragara la moneda que te quedaba. Y la tarde que llovía, era especial. Y se paraba el tiempo a la vez que cambiaba.

Agosto. Suena a dominó y a pájaros, sabe a curiosidad y a Tang de naranja. Y era tan real lo que vivías, que no necesitabas fotografiar cada momento, ni cada amanecer. Y porque sabías que diez años después, seguirías guardando sus esencias. Como que el panadero te despertaba cuando llegaba con su furgoneta blanca, y cómo temías no distinguir las campandas cuando anunciaran un incendio, porque a lo mejor estabas en las eras, jugando a hacer una casa y a tener una familia, o practicando cómo coger un cigarrillo con un trocito de caña, cuando días más tarde, te encontrabas tosiendo y tirando humo de verdad. Y volvías a acordarte de las campanadas y el incendio, y entonces cogías una tiza y dibujabas un corazón en el suelo, con dos nombres dentro, porque... ¡te había mirado! Y eras una niña que quería parecer una mujer, y no sabías que algún día, tendrías que ser otra mujer, y sólo encontrarías a esa niña.

Y mientras, llegaba la orquesta del pueblo, y te acercabas para ver como montaban el escenario, y te pasabas allí las horas que eso duraba, porque luego corrías a ca
sa a ducharte y arreglarte para el baile, mientras unos cómplices más mayores, os compraban el alcohol y el tabaco que esconderíais en vuestra peña. Y te sentías mayor, y nerviosa, y sabías que esa noche os prometeríais no dormir e ir andando al pueblo de al lado después de que amaneciera, y que al volver os sentiríais más mayores y unidos. Y al día siguiente, harías el camino de siempre, para recoger a todas tus amigas, casa por casa y contaros lo que pasó y lo que no. Y no querrías que la señora de la plaza, esa que siempre está allí, y que anoche estuvo dónde nunca estaba, te reconozca, porque al fin y al cabo tú no vives allí, y de año en año cambias mucho, te mientes, porque si no, sabías que estabas perdida, y que se acabaría esa media hora que te habían dado de más porque eran fiestas, y también de menos.

Y seguían pasando los días. Y eras tan inocente, que creías que toda la vida sería así, que siempre estarían allí todos, esperándote con ganas, porque los de fuera van poco, pero siempre tienen cosas nuevas que contar. Creíais que siempre estaría la orquesta esperando para cantarte Chiquilla, o pidiéndote que les dejaras atravesar el tiempo sin documentos... y que siempre tendrías ese grupo enorme de chicas y chicos al que cogerte y con el que bailar haciendo el ridículo, que sabías que hacías y que además te encantaba. Y creías también, que nada cambiaría, que tú no cambiarías, y que no había otra forma de vivir Agosto.


Y ahora, el ventilador viejo se atasca, y al sacarte de los pensamientos miras por la ventana y no ves cielo ni montañas, no te despierta el panadero, ni te molesta ese olor de los pueblos y de las casas de pueblo, pero que ahora echas de menos. Y ves que ni siquiera miras Septiembre de la misma forma, que aquellos nervios excitantes que te hacían esperarlo nerviosa, se han convertido en un miedo peligroso que no sabes bien como afrontar. Y te das cuenta que no te queda nada de todo aquello, que te encantaría recuperarlo y te arrepientes de no haber luchado un poco, pero luego aceptas que sólo has crecido, que todos lo han hecho, que vuestras vidas han cambiado y seguido diferentes caminos, caminos que ya no estan bordeados por girasoles ni techados con cielos estrellados. Y te das cuenta una vez más, que tú no lo sabías, que tenías miles de miedos y dudas pero que estabas siendo feliz. Que será una época que siempre recordareis, siempre, y que eso, de alguna forma os hará teneros un cariño diferente siempre, aunque no os veais en años, aunque no sepais nada los unos de los otros... Y de repente, un día, seguramente éste, sentirás la necesidad de verlos a todos, de comprar una botella de vino y otra de coca-cola a escondidas, porque si no, habrá perdido la magia, de robar un cigarro del paquete de su madre, pero sólo cuando hubiera más de cinco porque si no, se notaría... y de iros a aquel terreno y tumbaros sobre el suelo de la carretera para poder ver esas estrellas que seguiran estando allí, esperandoos... y os hartareis de recordar recuerdos, y anécdotas que aún tienes guardadas a fuego, pero que ni siqueira sabías... Y luego, luego os quedareis callados y descubrireis que ya no tenéis nada en común y os entristecerá, o tal vez todo lo contrario, encontrareiss miles de cosas de las que hablar y os prometereis, repetir aquello por lo menos, por lo menos, una vez al año... Pero fallareiss a vuestra promesa una vez más, y lo sabríais antes incluso de escupir y chocar vuestras manos. Porque las promesas de verano nunca se cumplen, y porque las estrellas aunque estén ahí, y eso es algo que sabes desde hace mucho, puede que ya ni existan.

Y miras el reloj, y te das cuenta de que es medio día ya, y sigues en la cama y debe hacer más calor, o debe ser la humedad de la ciudad, porque apenas llevas ropa pero has empezado a sudar. Te levantas descalza, porque el suelo esta algo fresco y vas a la cocina a por agua fría, y echas de menos incluso, que tu madre te diga que no abras descalza la nevera. Y das un trago directamente de la botella, porque ella no está allí para reñirte. Y sí, te das cuenta que también lo echas de menos. Y sales al balcón, y aún con el calor, te fumas un cigarro allí, observando y recordando, y sabiendo que ese día, vas a tener un día tonto, así que vuelves al sofá con una pieza de fruta y te sientas con las piernas dobladas en él, mientras pones música que no escuchas, mientras con cada vuelta de las aspas del ventilador te dices que tu vida no está tan mal... Que en la ciudad, en Agosto hay más sitio para aparcar y se respira más tranquilidad, que las playas estan abarrotadas de gente y en el pueblo sólo queda la señora de la plaza, que sigue allí, observando a la siguiente generación, o la siguiente de la siguiente, mejor. Y no puedes evitar, ese día, sumergirte en los recuerdos y ahogarte un poco en ellos. Lo justo y necesario para maldecir no haber hecho más fotos en aquella época y haber empezado a fumar. Pero en el fondo, no puedes evitar sonreír de medio lado, y pensar que fue una época bonita, que estuvo bien que tus padres te obligaran ir a allí, y que cometiste un error el primer verano que decidiste no hacerlo. Y sabes que es tarde para volver y que seguramente ya no esté ni sea como lo recordabas. Y tienes miedo a que se esfumen esos recuerdos y entonces decides que es mucho mejor así y que además, ya no sabrías como hacer una maleta para un mes entero, que es mucho más sencillo hacerla para sólo tres o cuatro días, porque la verdad, es que te has acostumbrado a pasar poco tiempo en cada sitio y a enamorarte de muchos cielos.

1 comentario:

  1. A todo lo que has descrito lo titularía como "la parte amarga del paso de los años", creces, aprendes y por desgracia se pierden cosas en el camino.
    A mi me ha pasado algo parecido, pero no en un pueblecito con esa banda sonora de fondo, sino con un pisito en la playa rodeada de primos, tios y abuelos, y la típica pandillita de amigos veraniega. Los mejores momentos de tu infancia se resumen es eso, en simples recuerdos que añoras con una sonrisa al observar que nada es igual ni lo será.

    Me ha llegado eso de: "Y te das cuenta una vez más, que tú no lo sabías, que tenías miles de miedos y dudas pero que estabas siendo feliz".

    ¡Qué razón tienes!, a veces la vida de una consiste en llegar a rozar esa felicidad de antaño.

    Besotesss!

    pd:Gracias por esos videos jajaja me eché unas buenas risas ;)

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